Ana y el miedo a brillar, que puede ser peor que el miedo a fracasar.

Tienes una versión en audio bajo estas palabras y, justo a continuación, en texto.

 
 

Ana. Anita, era una pizpireta campanilla.

Siempre la recuerdo con vestidos o falda con vuelo.

Siempre en tacones altos para llegar al 1,65.

Siempre con una preciosa sonrisa llena de dientes.

Siempre con arruguillas adorables, de quien se lo ríe todo.

 

Andaba apurada, haciendo ruido de tacones nerviosos.

Sus rizos se comportaban como muelles locos.

Constantemente canturreando por lo bajo, hasta en la forma de ametrallar palabras.

 

En contadas, pero memorables ocasiones, había oído como cantaba a pleno pulmón.

Chocaba, que un cuerpo tan pequeño, desplegara semejante volumen.

Y, que no se dedicara a ello.

 

Sus mejillas “colorás”, la mirada al suelo y su cabeza, queriendo entrar en su cuerpo a lo tortuga, indicaban que parases de halagar.

Te sentías incómodo, al verla tratar de menguar hasta implosionar.

Yo, con el gesto torcido, juzgaba para mis adentros: “un don es para explotarlo, ¿no?

 

El miedo a triunfar.

Anita, no confesaba que cantaba.

No hacía, con su talento, nada en público, solo en la privacidad de su cuarto.

No quería que se hablase de eso delante de su familia o su novio.

 

— Los artistas son unos muertos de hambre.

Es lo que se decía en su familia.

— Son todos unos hipócritas, desviados e infelices.

Decía el oso grizzly que tenía por maromo.

 

— En realidad no lo hago tan bien.

Se repetía ella solita, tratando de quitarle peso.

— Me toca subirme a un escenario y me muero.

Sentenciaba sobre la tumba de cualquier futuro éxito.

— Estas cosas no son para mí.

Añadía la impostora que se decía llevar dentro.

 

Había un nudo interno más grande.

Una lazada doble.

  • En un extremo, su pasión por cantar (Bonnie Tyler y Tina Turner, a poder ser).

  • En el otro, que saliera mal. 

Y no fue hasta que tiró de este último cordón, que se dio cuenta:

Puede dar más miedo triunfar que fracasar. 

Arriesgarse al fiasco, podría traer indeseados regalos:

  1. Las críticas de los hatters (“joder, si no te gusta no me escuches”).

  2. Vivir al borde de la taquicardia, con la emoción cerca de salirse fuera y el vientre retorcido.

    1 + 2 = Virgencita, Virgencita que me quede como estoy.

  3. Que, a pesar de darlo todo, no valga.

    Y se incruste un puñal en su autoestima.

 

El miedo al estrellato, venía de tener que:

  1. Enfrentarse a sus miedos, sumados de los de sus padres.

  2. Lidiar con el inseguro de su chorbo.

    1 + 2 = Dejar de tener a los que, hasta ese momento, eran sus “apoyos”.

  3. Tener que seguir dando la talla, cuando ella necesitaba tacones.

    Tacones para subirse a la vida.

    Tacones para que nadie la pusiera por debajo.

    Tacones para que retumbaran sus pasos y hacerse oír… curiosamente, sin usar su área de genialidad.

 

Pasos que resuenan a favor.

Había un deseo tapado.

No abrir el pico, aseguraba cumplirlo en parte.

Que sus cercanos la acogieran bien.

Tener la sensación de protección, de tener hogar.

 

Había otra forma de asegurarse lo mismo.

Darse el esquivo valor y cariño.

Nunca fue música para sus oídos, eso de “ámate a ti misma”.

Ni obtener el amorcito de ajenos, por ser simplemente ella, cuando:

  • Ni sabía muy bien quien era en realidad.

  • Ni sabía si eso sería suficiente para otros.

 Pero sí que tiene claro, lo que gana y pierde en su entorno.

El doble mensaje del miedo.

Puede ser visto como:

  1. Un sufrimiento por anticipación de un dolor futuro.

  2. O que hay una desproporción entre tus recursos y los desafíos.

 

Lo primero:

La torta que se puede dar, ya creía saber cuál era.

OK, primer mensaje comprendido.

Cuando dice sí a algo (en este caso, a alejarte del miedo), dices no a otra cosa, (en este caso, al futuro que hay detrás de exponerse).

Pulsa aquí para ampliar este concepto.

 

Lo segundo:

Visualiza esta desproporción como la separación de dos orillas de un gran río embravecido.

Ir ampliando tus recursos, sería como tender un puente.

Y tener claro, que por mucho que te esfuerces, siempre habrá que dar un salto hasta el otro lado.

 

Ordenando sus pensamientos, Anita ya lo tenía claro:

  • Existía una falta de preparación:

    Nunca se había permitido explorar su don.

  • No contaba con el entorno adecuado:

    Daba más peso a quienes adelgazaban la importancia de su talento.

  • Carecía de toda la orientación necesaria:

    Mucho “qué” y “cómo” sin contestar en su cabeza.

  • Necesitaba tirar de coraje ante las incertidumbres del camino:

    Ni se abren los cielos para apuntar un destino sin percances.

    Ni se pierde ese cosquilleo propio del miedo.

    Pero puede ser tu copiloto en el viaje, que para eso tiene valiosa información.

 

Sí, quieres encontrar un proyecto de vida ilusionante, no te hace falta un don como el de Anita.

Pero, casi seguro, que vas a necesitar:

  • Preparación mental y emocional.

  • Poner orden en tu entorno.

  • Desarrollar la auto-orientación.

  • Cultivar el coraje.

Con todo ello te puedo acompañar:

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