Ejemplo del legado, de ser sobre-implicado
Hay familias en las que existe una fidelidad heredada de los hombres: la sobre-implicación laboral.
Trae cola…
Porque estar mucho en el trabajo, supone estar menos en casa… con la familia…
Van 3 estereotipos que salen en sesión.
Puede que veas en tu linaje, que hay un par de abuelos o padres seguidos como los que te presento.
Y también hay familias muy distintas (y de igual forma, me lo puedes comentar 😉).
Vamos con la historia:
Al abuelo, no le quedó otra.
Tiempos difíciles, forjan caracteres y armaduras fuertes.
Con los fantasmas de la guerra y las penurias (en carne propia o ajena), se acorazan las emociones.
No le sale ser cariñoso y cercano:
no sea que se suelten las costuras y se desarme en pedazos (no procede en épocas duras),
o por pensar, que puede ablandar a los suyos, y no toca con la que cae ahí fuera.
Fuera por lo que fuese, abuelo de contacto cero, con zona de exclusión y menos tierno que Maduro haciendo el pucherazo.
Se sobre-implicaban en el trabajo, la cosa no era para menos.
Se curraba todo lo que se podía, era lo habitual, lo que se esperaba de uno y lo que te pedía sacar la familia pa’lante.
En ella se tenía un papel de proveedor de bienes, no de apoyo emocional.
El padre no supo.
De la generación anterior a la suya, los cambios eran lentos y los profesores seguían dando capones (como poco).
En la salida de la supervivencia, lo que importaba ahora era crecer mucho en el “bientener” (como diplodocus, para que no se los pudieran comer los fantasmas del pasado).
La falta de un espejo en su propio padre, los masculinos rígidos que se proponía como referentes y el miedo a desentonar, crean hombres que dan abrazos con palmaditas de “para ya que me incomodas”.
Demasiados “deberías ser como yo y mi padre”, frente al no saber ni lo que te ha faltado de pequeño, pero encontrar el hueco ahí dentro.
Sobreimplicados en llenar la buchaca y tachar el check-list de lo que se esperaba de ellos.
Con un pie en el “a Dios pongo por testigo” y otro en “a mis criaturas que no les falte de na’”.
Demasiado el poder cumplir, como para tener que dedicarse a los críos.
Al hijo ya le da entre incomodidad y pereza.
Se ha armado demasiado bien la vida para el pozo sin fondo de su descendiente.
Ha corrido para tener estudios.
Ha luchado por hacerse un hueco.
Quiere su recompensa ahora, no como el tarugo de su padre, que no sabe lo que hacer con la jubilación.
Tiene pádel los martes, afterwork los jueves y bici los sábados.
Claro que acuesta al crío, se levanta cuando llora y lo arropa cuando tiene frío… pero su mente no está ahí.
El ascenso a socio, el objetivo del trimestre o el bonus de fin de año… Lo que sea para que su Marí entienda que llegue un poco más tarde.
Que en mi empresa no está bien visto irse antes que el jefe, que la reunión se pospuso a la tarde, que mañana entro pronto,… “hazte cargo y el fin de semana te llevo a un sitio bonito, cari”.
A mí, mi chaval me adora, que tiene un ipad. Yo soy quien le lleva al bascket, pero a esta edad ya sabes, me tengo que entretener mirando el Insta. El otro día fuimos al parque acuático, pero por ellos, que a mí esas cosas me matan.
Mirando de reojo a los que no tienen hijos, los critica con saña: “tendrá que pagar alguien las pensiones”, como si los políticos fueran a dejar algo para entonces.
Herido de falta de padre, adolece de lo que se quejaba, heredero del legado, que dejará a su vástago.
También refugiado en el hacer, que para eso somos hombres (sobre-implicados).
Ya sé, ya sé, que ninguno de estos 3 es de tu familia. Que en la tuya hay regueros de besos y cálidos abrazos.
Pero si quieres que te acompañe a integrar, la herencia de lo que te ha formado, con lo que hubieras querido:
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Un abrazo,
Manu
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