El síndrome de Wendy. De identidad: salvadora.
Empezamos relajando el tema.
El síndrome de Wendy no es una patología clínica, pero si es para que te lo mires, si es que te identificas.
Pese a ser muy arquetípico, quien acuñó el síndrome fue Dan Kiley, que aun teniendo nombre de personaje de Mad Men, era psicólogo.
De hecho, también nombró el síndrome de Peter Pan (quienes no quieren ir hacia la vida adulta).
Freud diría algo sobre la fijación de este señor con el relato infantil.
Bueno, pues la chicuela Wendy, cuando no trabajaba en una cadena de hamburguesas, se dedicaba a desvivirse con todo el mundo.
Palabra clave: desvivirse, que es prestar atenciones exageradas, pero también dejarse la vida en ello.
— Manu, ¿es que hay algo de malo en preocuparse por los demás? Me parece que es de ser buena persona.
Hay personas con mayor tendencia a cuidar o proteger (ya sabemos que políticos no van a ser), pero este síndrome aparece cuando te pierdes en ello... deja de ser bondad genuina y altruista.
Lo sientas como nocivo o no, estarás SUFRIENDO este síndrome.
Que te afectará de forma negativa, pese a que no lo notes por el chute de dopamina.
O si te lo justificas con: “es lo que se debe hacer”, o “de no ser yo, ¿quién?”
Entras en modo Wendy, cuando haces de ayudar un problema para ti.
No es ser “buena gente”, es ser de buena tonta.
Y voy a hablar más en femenino, por ser muuucho más común entre mujeres y más fácilmente identificable.
Por connotaciones socio-culturales distintas, los hombres caemos más en el síndrome del Caballero Andante.
Que corresponde más a proteger (y por tanto con la energía masculina), que a cuidar (con la femenina).
Antes de saltarme al cuello, y pese a que todos tenemos las dos energías, estadísticamente sigue siendo así.
Que la mujer tienda a caer más fácil en ello viene de:
- una predisposición genética (no me extiendo, lo expliqué hace poco en este enlace),
- una cultura (a la que llegas de peque y te comes con patatas hasta ser adulta),
- un sistema de educación (mucho más marcado cuanto más retrocedes en el tiempo),
- y un condicionamiento familiar en el que muchas niñas fueron adiestradas para ser así.
Llevando a sus vidas la identidad de cuidadoras desde hijas, parejas y (sobre todo como) madres, sin ser protagonistas en sus vidas.
Antes, era muy complejo de salir de esta atracción socio-cultural.
Ahora, con más y mejor información y legislación, casi (y solo casi, no es sencillo), se convierte en una elección.
Este condicionamiento te lleva a unos comportamientos.
En la mente moldeable de la niña, se construye una imagen en la que te van a querer por ello, y dejar de hacerlo (igual a dejarte sola, e igual la muerte), en caso de que no cumplas.
Con las repeticiones, lo que se fija en ti es un causa efecto de: “si me porto como desean, seré querida”.
¿Quién no va a tomarlo cuando no tienes recursos propios?
Ya interiorizado, víctima infantil de lo que piensan que es mejor para ti, cuesta soltar que te den amor desde ahí, y ahora:
- Antepones a los demás sobre tus propios deseos o necesidades.
- Te entra el miedo a la soledad, al rechazo, al fracaso y al abandono, si pierdes el papel dónde obtienes valoración/cariñito externa.
- Lo que deriva en problemas con poner límites, tomar decisiones por tu cuenta, de inseguridad, de baja autoestima y autoconcepto (demasiadas manzanas en el cesto de otros).
- De la abnegación (darse desde la renuncia a una misma), pasas a vivir desde el sacrificio.
- La repetición del patrón, de normal, te genera la resignación (que es rechazar que tienes alternativas).
- El cuidar y satisfacer a otros, se convierte en tu necesidad, la de sentir aceptación/que existes para ellos.
- Lo que lleva a la ansiedad y a la culpa en caso de no velar o sobreproteger (incluso con solo pensarlo).
- Se genera un desplazamiento de tu propia identidad, hacia dignificarte en complacer, terminando en ser servil.
- Tu propia felicidad y realización, la obtienes en perpetuar una conducta, que cava más profundo el hoyo.
- Olvidando tu propio proyecto de vida, lo que te lleva a tristeza vital.
Me releo a mí mismo, y veo que doy mucha caña.
No pretendo culpabilizar a quien lo haga.
Es que veo un montón de mujeres dejando su vida en esto.
Y de ellas, una gran parte que no lo están viendo (pero sí sufriendo).
Que una persona reconozca su propia conducta es complicado (si te lo has visto, eso que llevas de adelanto).
Se camufla muy bien en roles sociales tradicionales, talentos de los que carecen otros, en que te dices no te duele, en que soy poderosa por ello (mira este ejemplo).
Poca gana de soltar el cariñito que te dan por ello, sin tener agarrado algo mejor.
Y en la vuelta de tuerca del empoderamiento tóxico, se va al “yo lo hago todo”, en lugar de “lo mejor para mí”.
Esposa, madre, profesional productiva, el GYM, los actos sociales,…
Ampliar el check-list a cumplir en la vida, sin dejarse ná.
Se suman tus exigencias autoimpuestas, para realizarte en la nueva sociedad, pero con el programa anterior todavía en marcha.
A tu rol de salvadora, agobiada por las mil obligaciones, se suma el de la Superwoman indestructible (pero sí).
Quemadas en sus trabajos, asfixiadas en casa y teniendo que dar la talla de amazona moderna.
El tema no es renunciar a una parte de tu persona, va más de congeniarlas.
- De apostar por la introspección.
- De dejarse cuidar (encontrando a quien te cuide).
- De elegir que la mayor parte del amor por ti, venga de dentro.
- De encontrar tus mañas y apoyos para llegar a ello.
Ya sabes que me mola el tema de la sobreimplicación y que podríamos ocuparnos juntos si me escribes. Para ello:
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Mucho ánimo en el viaje y un abrazo,
Manu.
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PD 2: El artículo me ha quedado largo, pero sé que me dejo cosas. Si quieres dar tu visión, leo y contesto todos los correos.
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