Manu Galán

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Picarse y perder el foco es todo uno.

Ayer estaba de cañas con un muy buen amigo.

De estos que no tienes que ver siempre, pero que siempre quieres ver.

Estas personas que te recargan con solo verlas.

Me contaba un caso curioso.

Bueno no lo es tanto, pero este lo era por pasarle a él.

Es una de estas personas que se llevan bien con todo el mundo.

Pero tiene un vecino archi-enemigo.

No te cuento los detalles, por la privacidad y por ser muy largo.

El caso es que se llevan a matar, con hijos y esposas por medio.

Con bienes materiales dañados y cerca de llegar a las manos.

Con denuncia de por medio y todo.

En pocos días, mi amigo tiene reunión de vecinos.

Se va a votar algo que le beneficia y parece que tiene los apoyos necesarios.

Pues bien, tal es pique con el otro, que los escenarios de su cabeza pasan por ponerle en evidencia.

Solo pensaba en meter cortes, ponerse por encima y soltar zaskas.

Hay un tipo de ceguera muy particular.

La de las personas que solo pueden ver lo que odian, perdiendo por este “fuquin” problema el objetivo de turno y su esencia personal.

Mi consejo (y moraleja) de esta historia es:

¿Cuál es tu objetivo? ¿Qué es lo que realmente quieres conseguir de esa reunión?

Los problemas con personas concretas, nos apartan de los objetivos finales.

En el caso de mi amigo, hasta conducen a un cambio del comportamiento normal.

Deja de ser quien eres, por quien tienes delante, es perder tu centro.

Es dar poder al otro.

Pero más importante, es perder la batalla por su alma.

Me ha quedado muy poético.

Detrás de eso, hay una necesidad de reconocer el límite que deseas poner.

Parar la escalada de violencia.

Recuperar la mirada a largo plazo, abandonando el objetivo, incluso si lo tienes entre los dientes.

Céntrate en lo tuyo y no en estar contra otro.

Cuando en los dos bandos hay daños y personas dolidas, la reconciliación es difícil.

En este caso, ni se dan las circunstancias (el otro respira lejos de estar preparado).

No obstante, cada uno tenemos la posibilidad de poner objetividad, sangre fría y no alimentar el fuego.

Por último, sin perder el auto-respeto:

Dar un paso atrás, para ver al otro por completo.

Ofrecer respeto, pese a que no te lo den.

Y llegado el caso, tender la mano, a sabiendas que te la rechazarán.

La cosa no es fácil. No lo es.

Pero tampoco vivir odiando.

Vertiendo bilis y cortisol por el retrete de tu ira un día tras otro.

Con esta imágen en tu cabeza, ¿cree que podrías iniciar una tregua?

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