Me llama la atención. Esa gente de la medallita dorada.
Me llama la atención. Esa gente de la medallita dorada.
No me refiero a los de la primera comunión, ni a los que idolatran a Camarón.
Son los fuquins locos admirables del deporte de élite.
4 años de entrenos diarios, para unos minutos de competición.
¿Qué pasa en esas cabecitas?
Chutes de hormonas auto-generadas, dicen que lo justifican.
Perdona, pero se me queda corto, muy corto.
Hay más:
Ser mejor cada día y llegar allí donde te subes al cajón más alto.
Batir aquello que no se podía hacer 12 meses antes.
Superar el dolor, la lesión, la falta de placeres fugaces.
Un “porque yo lo valgo” como un joio piano de cola.
Saber, a ciegas, muy a ciegas, que eso que hacen justifica sus disciplinadísimas vidas...
¿No te pone la piel de gallina ver sus lágrimas?
Lo consigan o no. Carne de pollo.
Entrega desproporcionada.
Vidas apasionadas.
Da igual el cajón del medallero, todos tiene las 3 mismas patas.
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